Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 50 A. C.
Fin: Año 350

Antecedente:
Tarraco

(C) Xavier Dupré i Raventós



Comentario

Pocos son los datos de los que disponemos en relación a la localización y características de las necrópolis correspondientes a la ciudad de época republicana. La información existente se limita a una serie de 14 inscripciones, halladas fuera de contexto, y diversas esculturas funerarias que permiten, no obstante, intuir la existencia de monumentos funerarios de una cierta importancia ligados a la presencia en la ciudad de libertos de origen itálico. La reutilización de buena parte de estos elementos en la necrópolis paleocristiana, a oeste de la ciudad, entre ésta y el río Francolí (antiguo Tulcis), parece indicar que un cementerio republicano debía ubicarse no lejos de esta zona, bordeando el hipotético trazado de la antigua Vía Hercúlea.
A finales del siglo I a. C. esta vía es objeto de importantes reformas que, en Tarraco, van ligadas a un cambio de trazado; la nueva Vía Augusta atraviesa ahora la ciudad y, consecuentemente, se generan nuevas áreas de carácter sepulcral. El monumento funerario mejor conocido, de época alto-imperial (primera mitad del siglo I d. C.), es la llamada Torre de los Escipiones, construida junto a la vía a unos seis kilómetros al nordeste de Tarraco. Se trata de un sepulcro turriforme, en piedra local, que en el cuerpo central conserva, bajo una inscripción, dos relieves del dios Attis. El estado de conservación del texto epigráfico, redactado en verso, no permite la lectura del nombre de quienes fueron enterrados en el sepulcro, cuya representación, muy deteriorada, aparece en un bajorrelieve del cuerpo superior. A este mismo período corresponden otros monumentos funerarios de menor entidad y una serie de incineraciones simples que, a grandes líneas, permiten identificar dos zonas de necrópolis alto-imperiales, siguiendo el recorrido extraurbano de la vía, a este y a oeste del núcleo urbano. Confirman estos datos unas 250 inscripciones funerarias descontextualizadas, fechables en los primeros siglos del Imperio, procedentes de diversos sectores de la ciudad.

Para la época bajo-imperial y visigoda el panorama funerario de Tarraco nos es mucho mejor conocido gracias a la localización y excavación, a principios del siglo XX, de la llamada Necrópolis Paleocristiana. Este conjunto arqueológico incluye los restos de una serie de estructuras suburbanas de época alto-imperial a las que, desde mediados del siglo III d. C. y hasta época visigoda, se sucedieron más de dos mil enterramientos de diversa tipología. Elemento fundamental de este cementerio es la inhumación en el mismo, epigráficamente documentada, de los restos de los mártires tarraconenses Fructuoso, Augurio y Eulogio (259 d. C.); ésta sería la causa de que allí se edificara en el siglo V d. C. una basílica de tres naves. Junto a enterramientos de gran sencillez, en ataúdes de madera o en ánforas, destacan otras sepulturas de carácter monumental de las que son excelentes ejemplos las criptas dels Arcs y de les Roses o un mausoleo de planta cuadrada con nichos internos. Del rico conjunto de sarcófagos marmóreos de temática cristiana, en el que se incluyen ejemplares de producción local pero también importaciones itálicas y del norte de África, destacan los sarcófagos de Leocadio, de los Apóstoles o el del Pedagogo. De gran calidad son también las laudas sepulcrales musivas de Ampelio y de Optimo y algunos de los elementos de los ajuares que acompañaban a los difuntos. No es seguro que la más antigua de las inscripciones funerarias cristianas de la Península Ibérica (RIT 943), fechada en el año 352 d. C., proceda de la necrópolis paleocristiana.

En las zonas adyacentes a esta necrópolis se han excavado, en los últimos años, diversos grupos de enterramientos coetáneos por lo que resulta evidente que su extensión era ostensiblemente mayor. En el sector nordeste de la ciudad también se ha podido documentar otra zona de necrópolis de época tardía. El hallazgo de algunas inhumaciones, de época visigoda, en el interior del recinto urbano constituye una prueba más de las profundas transformaciones de las que fue objeto la ciudad en dicho período.